«Lo único que podemos decidir es qué hacer con el tiempo que se nos ha dado. Hay otras fuerzas en este mundo, Frodo, además de la voluntad del mal. Bilbo estaba destinado a encontrar el Anillo. Y como consecuencia tú estabas destinado a tenerlo. Y ese es un pensamiento alentador.»
Gandalf
En el séptimo día salimos de El Atazar (Lorien) y nos dirigimos por un camino lleno de sorpresas donde nos encontraremos con acantilados, ruinas medievales, caminos colgados, cárcavas, acueductos y mucho más. Nuestro destino es Patones (Tierras de Rohan), dividido en dos concentraciones urbanas cada una con su propia historia.
«Uno y el mismo es este don de la libertad concedido a los hijos de los Hombres: que sólo estén vivos en el mundo un breve lapso, y que no estén atados a él, y que partan pronto; a dónde, los Elfos no lo saben. Mientras que los Elfos permanecerán en el mundo hasta el fin de los días, y su amor por la Tierra y por todo es así más singular y profundo, y más desconsolado a medida que los años se alargan. Porque los Elfos no mueren hasta que no muere el mundo, (…) Pero los hijos de los Hombres mueren en verdad, y abandonan el mundo; por lo que se los llama los Huéspedes o los Forasteros. La Muerte es su destino, el don de Ilúvatar, que hasta los mismos Poderes envidiarán con el paso del Tiempo. Pero Melkor ha arrojado su sombra sobre ella, y la ha confundido con las tinieblas, y ha hecho brotar el mal del bien, y el miedo de la esperanza.»
Ilúvatar crea a los elfos, y a los hombres, a los que concede un nuevo y misterioso don, ser afectados por el paso del tiempo, y finalmente por la muerte. Quenta Silmarillion, El Silmarillion
El hombre desea perdurar. Tiene muy arraigado el sentido de supervivencia y el de eternidad. Deseamos vivir para siempre, deseamos no caer en el olvido. Estamos hechos para el infinito. Lo deseamos porque tenemos experiencia de él, sentimos nostalgia porque sabemos que lo tenemos inscrito en el corazón, como si viniéramos de allí. No es que queramos vivir para siempre, sino que deseamos que la vida se cumpla en todo su esplendor. Y aquí está el problema.
Sí, amamos la belleza y la eternidad, pero el mundo decae. La historia de la humanidad, y la de cada hombre en particular, es una larga derrota frente al tiempo. El mundo no se sostiene solo. Hasta las cosas más bellas, las más grandes, las más protegidas tienen un final que se aviene lento pero inexorable. El tiempo y la belleza se escapan de nuestras manos. Nada de lo que construimos se mantiene intacto; todo se agrieta, se cae, se pudre. La miseria mundana todo lo corrompe. Nadie puede parar el tiempo ni conservar la gloria. Estamos condenados a morir, a pasar, al recuerdo… y nadie sale vencedor de esta batalla. Los hombres, como raza, son descritos por Tolkien reiteradamente como marcados por la muerte: “Mortal Men Doomed to Die”.
Tolkien ilumina en su obra este drama entre lo finito y lo infinito de manera magistral. Todas las historias repiten este argumento de fondo: la muerte no es una maldición, es un don. Un don amargo, pero un don al fin y al cabo. Es el Mal quien nos ha confundido con palabras
tentadoras. La muerte y el tiempo son el extraño regalo Ilúvatar a los hombres, el regalo más grande, que acabará siendo envidiado por todas las demás criaturas aparentemente inmortales. El mensaje último de las obras de Tolkien es que si existe una felicidad verdadera para los mortales, esta debe buscarse no en el tiempo sino en la Eternidad.
«Lo único que podemos decidir es qué hacer con el tiempo que se nos ha dado. Hay otras fuerzas en este mundo, Frodo, además de la voluntad del mal. Bilbo estaba destinado a encontrar el Anillo. Y como consecuencia tú estabas destinado a tenerlo. Y ese es un pensamiento alentador.»
Gandalf
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