Mirar, observar, escuchar, como si viéramos la realidad por primera vez, especialmente la naturaleza (el sonido del mar o de un río, las ramas verdes de un árbol, la majestad de las montañas o la luz de un amanecer, de la luna sobre el mar o de las estrellas entre las nubes), nos llena de maravilla, de asombro, de admiración. Nos invade una Belleza que nos supera, que no podemos abarcar porque es mucho más grande de lo que podemos imaginar.

Esta belleza que reconocemos está hecha para nosotros, también está dentro de nosotros y de cada criatura,aunque aparentemente esté escondida. Belleza que tenemos que cuidar por su aparente fragilidad, y que sin embargo no puede ser destruida porque de la manera más asombrosa vuelve a aparecer en toda su plenitud. Esta belleza de las cosas nos emociona porque nos permite entrever el fondo bueno de cualquier realidad, lo verdadero e imperecedero de cada acontecimiento, mostrando que toda realidad es positiva si se observa con la mirada adecuada.

La razón de esta Belleza es que la vida tiene un origen bello, armonioso y bueno que está dentro de cada criatura, que nos remite a un Autor y a una Historia buena en la que estamos sumergidos.

Es por esta razón que la Belleza que vemos nos llega de alegría, pero también de nostalgia, de melancolía, porque en este mundo sólo atisbamos una parte de la Belleza, no la llegamos a ver en toda su plenitud. Lo bello nos traslada a un lugar que recordamos en nuestro interior, un paraíso perdido que queremos recuperar y hacer nuestro; nos mueve a seguir buscándolo en todo lo que nos encontramos.